jueves, 30 de abril de 2009

El final de la huida

Ya no podían esperar mas. Se fundieron en uno deseando que esa noche no acabase nunca...

No podía dormir. Sentía que había hecho lo que le apetecía, pero que quizas no era lo que debía. Había disfrutado y en su interior algo le decía que no le importaría repetir. Pero... realmente, su corazón estaba con Iñigo. Se imaginaba que sería huir de todo, dejar a su familia, su casa, todo, para vivir un futuro incierto al lado de alguien a quien apenas conocía. Un pinchazo de angustia se formaba en su pecho.

A su lado, la causa de sus preocupaciones dormía profundamente gracias al brebaje que june le había preparado para curar y soportar el dolor de la herida de su hombro. Le miró a la cara y admiró sus rasgos, el pelo suave, el cuerpo musculoso, acostumbrado a una vida de ejercicio. Se fijó en su respiración, sosegada, como invitando a alejarse de los problemas diarios, disfrutando de la vida tal y como esta va llegando.

Era la hora de volver. Había probado lo que su mente le pedía y una vez hecho se daba cuenta de que era algo pasajero. Ahora bien, siempre le quedaría un pensamiento para este salacenco, cuando viese una yegua blanca, cuando pasease por las sendas hacia los altos de mortxe, al sentarse a descansar en la borda del 9...

Se levantó sin hacer ruido, dejó el pañuelo que llevaba entre las manos de Enneco, confiando en que entendiese todo lo que significaba, le dió un último beso en la frente y salió sin mirar atrás, para volver a su casa, a su vida, a la vez que el tímido sol de noviembre intentaba abrirse paso entre las brumas del amanecer...
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La puerta de la cabaña se abrió. De ella salió una bella mujer, con un semblante de preocupación. Agusto se cobraba su merecido botín, pero le habían dicho, que le darían mucho más si la dejaba huir y se encargaba del herido que estaba oculto en la cabaña.

Era el único que había sobrevivido de la partida, que confiados en luchar contra unos cuantos labriegos, habían sido sorprendidos y aniquilados por expertos guerreros. Cuando estaba a punto de ser enviado al infierno, uno, que parecía el cabecilla le propuso el trato: La vida, un puesto en el castillo de garaño y unos días de comida, bebida y mujeres para un merecido descanso, a cambio de terminar con la vida de un ballestero malherido, que se encontraba oculto en una cabaña junto al río. Era un encargo fácil y beneficioso.

Espero hasta que la mujer desapareció por la senda. Salió de su escondite y se acercó a la cabaña. Desenvainó el puñal y con sumo cuidado empujó la puerta. Todo estaba a oscuras, vió un bulto a su derecha, y con todas sus fuerzas clavó el puñal. Un líquido caliente y viscoso le cubrió las manos. El trabajo estaba siendo fácil...

De repente, una sombra oscureció la luz que entraba por la puerta. Un olor espantoso inundó la cabaña. Un ser enorme le miraba fijamente. Desclavó el puñal y lo apuntó amenazando a la extraña aparición. En ese mismo instante, notó los rugosos dedos de esa bestia alrededor de su cuello, cortandole la respiración. ¿como había podido ser tan rápido?. Fué su último pensamiento...

2 comentarios:

Casa Musurbil dijo...

Joder, le estás machacando al pobre Enecco... más vale que es duro el muchacho.

El tío anda enamoriscao de una zagala de un pueblo perdido y le llueven hostias de todos los sitios. Seguro que son los hermanos de la moza...

David dijo...

Aun le falta un puntazo, no? jejej en el orto!!!!