miércoles, 24 de junio de 2009

El bueno de Bernat

[...] Antes de encontrar ninguna solución convincente, percibí, aún lejanos, unos pasos apresurados por la vereda.
Lo mejor sería esconderme y esperar; no convenía que me vieran. De manera que me sumergí en el río mimetizándome con unos juncos frondosos que prosperaban cerca de la orilla, indiferentes a las acciones humanas.
[desde
http://txistorradas.blogspot.com/]

Bernat caminaba asustado y con pasos rápidos dando la espalda a la masacre que, intuía, en pocos instantes iba a tener lugar. A pesar de no estar de acuerdo con la actitud de los frailes del monasterio y de su abad Ecayus a la cabeza, el hecho de que hubiese un derramamiento de sangre no entraba en sus planes. Era de la opinión que ninguna razón es suficiente para quitar la vida de otra persona.
Se dirigía hacía los campos que tenía arrendados, donde, debajo de un mojón marcado con una estela desde los tiempos de los gentiles, tenía escondida su vieja espada. Una cosa es que no quisiese matar y otra cosa es dejar que otro decidiese mandarle al lugar donde descansan sus antepasados. Además, debía defender la vida y el honor de su hija Jimena, y no dejar que nadie saquease la vieja casa de la familia.
Al llegar a la vieja cabaña del río un fuerte y desagradable olor le golpeó por sorpresa. Un olor a descomposición, humedad, podredumbre. Se tapó la nariz con una mano, y con la otra asió el pequeño cuchillo que llevaba siempre encima. Un pequeño pinchazo en el pecho, le recordó que su viejo corazón no estaba ya para estas emociones.
La escena que observo le provocó fuertes arcadas. En la entrada de la cabaña, un hombre, tendido en una postura imposible, tenía la cabeza reventada como si en vez de tener huesos, fuese un higo maduro.
Desde el interior de la cabaña se oía gemir a alguien. Con sumo cuidado, accedió al interior con su viejo cuchillo por delante.
La pelea, supuso Bernat, debió ser terrible. Todo estaba lleno de sangre. El olor era penetrante y casi irrespirable. Un hombre que respiraba debilmente estaba tumbado en el jergón. Se fijó en la herida de su vientre, y entre las hojas de bardana que alguien había aplicado con sumo cuidado, vió el pañuelo que le regaló Sancha a Jimena. Supuso, que ese ser irreconocible, era el fornido salacenco, que según le había llegado estaba apoyandoles en la revuelta contra los frailes.
No lo podía dejar allí. Si no lo llevaba a algún sitio a darle los cuidados necesarios, moriría sin remedio. Lo llevaría a casa...

miércoles, 17 de junio de 2009

Esos huevos... de gallina!


Son como todos (de gallina), pero no son iguales... porque los han puesto las nuevas habitantes que tenemos por las huertas de Egillor... y son una delicia (los huevos). Que se le va a hacer, poco a poco nos vamos convirtiendo en unos neorurales.
La ternera se va acercando...

UNIVAC, «líder de la computación electrónica»


Curioso anuncio de 1956, en la que se puso a la venta el UNIVAC, uno de los primeros ordenadores que se comercializó. El precio 350.270,00 dolares. Exactos. ¿y esos 270?.

Era capaz de alcanzar la increíble velocidad de 8.000 cheques por hora «con su impresora de alta velocidad». Pesaba 13 toneladas.

Para que luego os quejéis de que vuestro equipo es viejo y es un paquete. Y que para que un cuarto solo para el servidor... y lo que ocupan los monitores de tubo... para esto hacía falta una nave entera!

domingo, 14 de junio de 2009

[Libro] El Premio Nobel (Irving Wallace)

Este libro llego a mis manos con historia, porque la persona que me lo dejó se lo encontró en un banco en la Taconera. Es una edición antigua, de 1969, de cuando nadie leía libros o todo el mundo tenía una vista impresionante. 800 páginas, con letra de esa pequeñaja, y las líneas unas sobre las otras, con lo que a primera vista era un libro de leer enseguida, y se ha hecho largo aunque no por eso menos interesante.
Va de los Premios Nobel, de la gente que lo organiza y de los premiados que lo reciben. Con sus grandezas y sus miserias. La verdad, que para tratar sobre un tema en principio tan aburrido el libro me ha enganchado. Eso sí, es de los que me salto trozos cuando empieza a describir con todo lujo de detalles hasta como son las alfombras de los suelos. Unos parrafos interesantes:
[...] El viaje resultó maravilloso. Ellos se sentían mas jovenes que la misma juventud. ¿y quien se atrevió a llamar Viejo Mundo al nuevo mundo que ambos descubrían juntos? [...]
[...] Mientras permanecían en pie, en piadoso silencio, los rayos de sol atravesaron los grandes árboles tranquilos y besaron las dos tumbas, y el suave silencio que allí reinaba hizo que la muerte pareciese algo bello y posible, cual el apacible descanso tras larga tarea. [...]
Y el último párrafo, que me lo leí el primero, a ver que se sentía:
[...] En ningún otro momento de su vida se había sentido más tranquilo y más lleno de contento. Sabía adónde iba. Y así, finalmente, podría proseguir su viaje...

martes, 2 de junio de 2009

Rival

Era inevitable perderse con ella en las sábanas que nos inventábamos; más bien, creo que sus manos eran esas sábanas que me acariciaban la espalda.
Como buena portera, paraba todas mis caídas, me marcaba gol de penalti en el último minuto de la próloga y hacía que me fuera a casa sin poder pensar en otra cosa que en el partido que volvía a perder cada noche.
Porque en esta liga sólo existían dos equipos, y uno de ellos era el claro vencedor. Aunque siendo sincero, no quería que hubiese más equipos que el suyo y el mío.
Tampoco había un entrenamiento previo, por lo que los dos íbamos con escasa equipación al día del encuentro, y eso es algo que echaba de menos.
La afición que amenizaba el partido era nuestra risa; el himno, los suspiros y por supuesto no había descanso; era un partido de más de noventa minutos a pleno rendimiento.
¿Normas? La única norma que había, era saltarse cualquiera, sacar tarjeta roja en todo momento y llevarlo todo al límite.
Yo deseaba tanto cada partido del fin de semana como miedo tenía a que la liga terminara...
Olé! Que cosas mas rebonitas que escribe la peña por internet... Como la vida misma!