sábado, 28 de febrero de 2009

El germen de la rebelión

Una voz profunda, procedente de la ventana de la cocina le invitó: - Enecco...
deja los recelos y sube, hay viejos amigos que tienen ganas de verte de nuevo...
Enecco guardó la espada extrañado. Le sonaba a la voz de su antiguo oficial, al que daba por muerto después del último desastre en la batalla entre "amigos" que se libró por la herencia del mayor rey que se ha visto en los últimos tiempos, cuyo reinado se seguía recordando. El viejo rey Sancho, había muerto hace 35 años, justo el mismo año en que Enecco vino a estas tierras, en un viejo caserón salacenco.

Entró en la casa, donde Uztai vivía arrendado desde que había regresado. Los animales, atados en las cuadras, se removieron inquietos ante la presencia del desconocido. Subió por las amplias escaleras y al llegar a la cocina se fundió en un fuerte abrazo con Lope García con el que tantas horas de caminatas, batallas, noches al raso y buenos y malos momentos habían compartido. Sin cruzar una palabra, tomó asiento en una banqueta alrededor del fuego. En el eltzea hervía un caldo cuyo olor se expandía por el resto de la casa. Las longanizas del último matatxerri colgaban de las viguetas de la chimenea. Uztai, con la mirada perdida, removía el fuego con un enorme burtzin forjado con unas figuras que escandalizarían a los que asistían a la reunión en el viejo monasterio. Una tercera persona, a la que Enecco no reconocía, dormitaba, acunado por el ruido de los leños y el calor que estos despedían.

Durante un rato nadie dijo nada. Cada uno estaba sumido en sus pensamientos, la mirada fija en el fuego, oyendo los ruidos de los animales en el piso de abajo y el rumor del viento, que cada vez soplaba mas fuerte desde el paso de Oskia. Aire frio.

- El abad se va a quedar a dormir en el monasterio. - La dura voz de Uztai rompió el silencio. El hombre que dormitaba se incorporó y estiró sus brazos.
- Ha venido con poca escolta, están confiados, protegidos por el castillo y con el alcaide comiendo con ellos - apuntó Lope. Enecco no acertaba a adivinar que esperaban de él. Nadie le había preguntado, pero veía que todos tenían claro su adhesión al bando rebelde.
- Sería el momento ideal. El abad y el alcaide amodorrados por el vino tardarán en darse cuenta de lo que está pasando, pero haría falta alguien de su confianza para llegar hasta ellos sin darles tiempo a reacccionar. - Los tres hombres miraron al salacenco. Hasta él se sorprendía de las palabras que acababa de pronunciar. La única persona que podía tener acceso a esa reunión era él, con lo que se acaba de postular como el detonante de la revuelta.
- Enneco - susurró Uztai, - no tienes la obligación de comprometerte. Sabes a lo que te arriesgas si esto sale mal. No perteneces a este lugar, no tienes nadie por quien luchar, nada que defender y sobre todo nada que ganar.
- Siempre ha tenido la idea de que si toda esta tierra funcionase como su valle, nos convertiríamos en un reino invencible - Habló Lope por primera vez, poniendo voz a los pensamientos de Enneco.
- ¿y porqué nos tenemos que fiar de este hombre? Puede entrar en la reunión y delatarnos. - Dijo con los dientes apretados y la voz resentida, el desconocido que hasta este momento no había levantado la cabeza. Ahora miraba fijamente a Enneco.
- Iñigo! - le espetó Uztai - Se que gustaría hacerlo a tú manera, pasando a cuchillo a cualquiera que se te cruce en tu camino, pero buscamos el mayor apoyo posible, y empezar una matanza, haría que la mayoría de los que no se sienten comodos empuñando un arma, corrieran a esconderse a sus casas. Así que vamos a dejar que Enneco haga lo que ha propuesto. Yo confío en él.
Lope asintió con la cabeza a las palabras de su amigo, e Iñigo, contrariado, se encogió de hombros.
Hablaron brevemente de la acción que iban a llevar a cabo. Enneco entraría en la estancia, con la noticia de que sabía algo que tenían que escuchar solo los tres reunidos. Una vez dentro, les diría que se había enterado de que una partida de soldados se había levantado y se dirigían sin llamar la atención por el paso de Oskia con la idea de tomar el castillo de Garaño, para luego pedir rescate por el abad de Leyre. Enneco les propondría no alarmar a nadie, salir pausadamente, como dando terminada la reunión. El abad en su camino hacía Pamplona, avisaría a la guarnición de Asiain, el alcaide iría hacía el castillo, para avisar a sus soldados, y Ecayus, llamaría a sus monjes a capítulo. Uztai, Lope, Iñigo y sus hombres de confianza estaría escondidos en el camino para hacer el resto de la labor.
Enecco se despidió rapidamente. Quizás no los volvería a ver. Bajo a la calle, el sol ya se había ocultado detrás de Mortxe. El cielo raso, amenazaba una noche fría. Montó en su caballo, y partió al galope rumbo al viejo monasterio. Al pasar por casa de Jimena, miró, a ver si la veía, por si acaso era la última vez. Se fijó en la estrella que brillaba en el cielo, y le pidió a los dioses que por allí tenían su morada que le dejarían salir de esta, aunque sea solo para tener la oportunidad de intentar hacer realidad aquel sueño que no olvidaba...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

jodeeee... yastá montada!! Y ahora que hago? Bueno, ya pensaré algo. Oye, que yo pensaba que el rey Sancho estaba AHORA en la guerra esta de los sanchos...

Casa Musurbil dijo...

¡Vaya movida se prepara!
Y Martxel por ahí sin enterarse de nada...Mmmm, me parece que va a espabilar echando leches

Unknown dijo...

el rey sancho... cual de ellos? que había 3! Sancho el Mayor (al que se refiere el comentario estaba muerto, por eso la guerra, por su herencia). ´

Anónimo dijo...

puuueeesss...
"1067. Reina en Navarra el rey Sancho IV, que será el último representante del linaje de los Jimeno. Hoy guerrea con sus primos en la guerra de los Sanchos."
Cap.2 de Zeia zarra. jeje.

ya te digo que igual está mal, pero creo que la guerra por la herencia fue en... 1067