Los habitantes del lugar de Garaño estaban consternados. Uztai había encontrado las ropas de Martxel entre rastros de pelea y regueros de sangre, pero el cuerpo seguía sin aparecer. Todos lo daban por muerto y empezaban a sospechar de los forasteros.
Enecco lo notaba en sus miradas, en sus gestos, en la parquedaz de sus saludos y en la forma en que muchos de ellos evitaban su encuentro. O por lo menos intentaba acharcarlo a eso.
El Alcaide le había jurado que sólo él sabía porque estaba allí, que lo había contratado personalmente a encargo del rey de Pamplona, pero que ni siquiera este sabía quien era la persona elegida.
En breves días, tendría una prueba para intentar tranquilizarse. Había llegado a sus oidos que se iba a celebrar un batzarre para organizar una batida e intentar encontrar los restos del malogrado Martxel. Los ánimos empezaban a estar exaltados. Aquellos que se oponen al dominio del monasterio, tienen nuevos argumentos trás la misa de todos los santos, protagonizada por el abad y que llenó de miedo a casi todos los asistentes. Además, el desaparecido es uno de los cabecillas visibles en cualquier reinvindicación de los lugareños, al ser uno de los pocos hombres libres del lugar, lo que contribuye a echar más leña al fuego del descontento. El Alcaide quería que justificase los sueldos que cobraba. Y mientras tanto intentaba no pensar en Jimena aunque sabía que en ese batzarre iba a participar...
Jimena tenía los mismos propositos. Quitarse al forastero de la cabeza. Todavía no sabía su nombre, pero en cada una de las tareas que llevaba a cabo tenía un pensamiento para él. Al lavar y escurrir la sabanas en el viejo lavadero del monasterio, se imaginaba lo que sería el abrazarse a su cuerpo bajo ellas, y dormirse oyendo su respiración pausada. Cuando diariamente bajaba a la fuente de Izania a por el agua, no dejaba de mirar al campo de entrenamiento bajo la muralla del castillo, para ver si lograba verlo disparar con la ballesta. Observar los músculos de su espalda tensarse al igual que la cuerda, fuertes y elásticos...El color le subía a la cara y tenía que bajar la mirada y apresurarse para no oir las regañinas de su madre.
Lo peor era que cuando estaba con Iñigo, no podía dejar de pensar en el forastero. Si Iñigo le ayudaba a montar en el caballo, acudía a su memoria el momento en que el mercenario salacenco hizo lo mismo; Cuando cabalgaban, su mente quería disfrutar de la compañía de su futuro marido, pero su corazón volaba a abrazar el recuerdo de la carrera nocturna subiendo al alto de Mortse hace unas cuantas noches.
Iñigo era todo lo que ella había deseado. Se conocían desde siempre, aunque nunca se habían fijado el uno en el otro, hasta que sus familias acordaron que podría ser un buen enlace. Por supuesto, les consultaron a ellos y lo dieron por bueno. Se llevaban muy bien, se complementaban, incluso se adivinaban los pensamientos. Pero lo que había sentido por el guerrero moreno, no lo había notado en todos los días que llevaba con él. Ahora dudaba si conformarse con un amor basado en el cariño que da el conocerse día tras día, o luchar por hacerle caso a su corazón y no a su cabeza.
Sabía que iba a coincidir con él en el batzarre que se estaba convocando. Iñigo no iba a poder acudir, ya que estaban bajando el ganado de los rasos de Andía. Se imaginaba que se quedaba sola con el forastero, que le acompañaba a casa, que le ayudaba a bajar del caballo, que su cuerpo abrazaba el suyo, que sus manos le acariciaban la nuca, que sus labios se encontraban....
2 comentarios:
Aupaaa, ya parece que se mueven un poco los blogs... últimamente parecía que era Martxel el único que campa por Mortxe.
Tenemos que pensar cómo reaparece Martxel: como él mismo, o coge otra identidad. Hmm, ya veremos.
Por otra parte, el desenlace del calentón de Jimena, parece que va a ser jugoso. Estoy impaciente por ver si se apaga, o coge candela.
Con el moreno no tonta!!! que son muy malos!!!!
Lo mejor será que la cruja Martxel, pa quitarle la tonteria!!!!! y al moreno también!!!!! y al caballo!!!!
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