martes, 9 de diciembre de 2008

Espias en Garaño

-¿ y esta es la famosa puntería de los ballesteros de Salazar? Pues menos mal que los infieles no vienen a por nosotros como hace 100 años! – Se mofaba el centinela mientras hacía su ronda. Enecco estaba practicando con la ballesta contra un blanco colgado de la muralla sur del castillo de Garaño. Su mente seguía recordando el encuentro con la mujer pelirroja de la noche pasada mientras los dardos parecía que seguían los vericuetos de su mente y no conseguían encontrar su destino correcto.

Por lo menos conseguía mantener parte de su mente ocupada, cada vez que se agachaba para cargar su arma. Colocaba los dos pies en el arco y con las manos tensaba la cuerda para dejarla sujeta en la muesca. Luego colocaba el dardo, de verga metálica, capaz de atravesar cualquier coraza. Los guerreros y caballeros les llamaban cobardes, pero se estaban empezando a dar cuenta de su utilidad y de la gran cantidad de bajas que causaban para sorpresa del enemigo. Eso sí, la iglesia sigue creyendo que es un arma del demonio y además Enecco, con su ausencia de la misa de ayer no colabora en la mala imagen que está adquiriendo en el entorno del monasterio de Zeia Zaharra, donde lo ven como un salvaje de las montañas, aferrado a sus costumbres y además diestro en el manejo de un arma ideada por Satanás.

El alcaide de Garaño lo había contratado para que intentase infiltrarse entre los grupos que intentaban revelarse en la zona, ya que se percibía un descontento importante y ahora que desde la capital del reyno intentaban llegar a un momento de estabilidad para ir ampliando y consolidando sus fronteras, lo que menos necesitaban era una revuelta en una de las zonas más importantes de la cuenca. El forastero, obligado por la necesidad, se había convertido en mercenario. Era el tercer hijo de una familia de hombres libres, y su único destino era trabajar a cambio de un salario para otros hombres libres, ya que todas las tierras de la familia las había heredado su hermano mayor. Así que un buen día, cuando un heraldo pasaba pidiendo gente a cambio de un buen sueldo para entrenarlos en el arte de la guerra, no lo dudó un instante, recogió su ballesta y se apuntó. Desde entonces había estado en varias batallas menores y sus superiores habían advertido y apreciado su facilidad para pasar inadvertido.

Pero algo estaba cambiando en su interior. Según transcurrían los días con estas gentes, se estaba dando cuenta de la importancia de sus tradiciones en Salazar, donde todos eran hombres libres y eran dueños de su destino. Además, cada vez que pensaba en ir a hablar con el alcaide, Jimena volvía a su mente, y recordaba la curva de su espalda, el olor de su pelo, las piernas firmes agarrándose a su cuerpo mientras la llevaba en el caballo, el sabor de su boca y sus labios sobre los suyos…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno... cómo está el Enecco. ¡Más salido que'l pico una plancha!.

Bien, bien; ya se están definiendo los personajes.

Ayer estuvimos Fretancha y yo debatiendo algunos posibles argumentos. A ver cuando nos juntamos los tres. Je,je,je...

Anónimo dijo...

coño, lo del pico de una plancha lo oí hace poco en la tele....
jajajj entre arqueros y ballesteros esto parece flecholandia!!!!