sábado, 21 de marzo de 2009

La huida (I)

Al pasar por casa de Jimena, miró, a ver si la veía, por si acaso era la última vez. Se fijó en la estrella que brillaba en el cielo, y le pidió a los dioses que por allí tenían su morada que le dejarían salir de esta, aunque sea solo para tener la oportunidad de intentar hacer realidad aquel sueño que no olvidaba...
Jimena se removió inquieta. El suelo estaba frío, y la paja que había utilizado para prepararse un sitio para dormir, estaba húmeda. Había colocado más paja en las rendijas de la puerta, pero aun y todo el frío aire de las noches de noviembre se colaba por todos los sitios haciendola tiritar. No se atrevía a encender fuego, por si el humo delataba su situación. Estaba en una vieja cabaña, hecha con unas cuantas piedras amontonadas y una techumbre de hierbas y juncos del río Arakil que algunos pastores y pescadores usaban como refugio cuando les sorprendía la noche o alguna tormenta mientras realizaban sus labores.
A su lado, Enecco gemía y deliraba . Tenía mucha fiebre, y no lograba conciliar el sueño. Jimena aún se estremecía al recordar lo sucedido. Al oir el galope de un caballo, se asomó y vió al salacenco espoleando a su yegua en dirección al viejo monasterio. Pero vió algo que él no vió. Observó, con la boca abierta por la sorpresa, como Iñigo agitaba un paño blanco desde una de las ventanas de la casa de Uztai, y un segundo después Enneco, se quedaba colgado del caballo, que sin detener su galope, siguio el camino del río, libre de la conducción de su amo.
Jimena tomó en ese momento una decisión. Si su cabeza tenía alguna oportunidad, acababa de perderlas todas. El corazón había ganado la partida. Recogió algo de ropa de su padre para el invierno, algo para ella, hizo un hatillo con ello y añadió una botella de aceite de asikibelar. Salió de casa a horcajadas de la mula, en dirección al rio, confiando en que la yegua de Enecco, cansada del galope se hubiese parado a beber agua no muy lejos. Y rezando a todos los dioses conocidos, incluido el cristiano, que no les hubiese encontrado nadie, aunque por el ruido que se oía, todos los habitantes de la zona estaban en los alredores del montasterio de Zeaia. ¿que habría pasado? ¿como Iñigo ha hecho una cosa así?.
Mientras se hacía estas preguntas, se dió de bruces con la yegua blanca. Enneco no estaba. El lomo del animal estaba lleno de sangre. Siguió con la vista el rastro de las gotas, y vió que se internaban en unos matorrales. Se bajó de su mula, y de pronto lo vió. Estaba pálido como la luna. De su hombro, sobresalía una punta de flecha de ballesta. Todo el torso lo tenía lleno de sangre y barro. Jimena se acercó y se fundieron en un abrazo. Lo notaba debil. En poco tiempo había perdido mucha sangre.
-Enneco, sube a la mula - Le ordenó Jimena. - Intenta guiarla por la orilla del río, ya es casí oscuro y no habrá nadie. Al final del valle, hay una cabaña. La mula conoce el camino y parará allí. Yo mientras voy con tu yegua a buscar a June -.
- Gracias Jimena, pero no tienes porque hacerlo... te buscarás complicaciones, y no quiero hacerte sufrir - Susurró el salacenco con un hilo de voz.
- Sufriría si no lo intentara, y lo que quiero ahora es estar contigo. Así que procura llegar a la cabaña y esperarme - Le contestó, mientras le ayudaba a montar.
Todo había salido bien, June le sacó la flecha, y con unos paños untados con un unguento cuya receta solo ella conocía, curó y limpió la herida. Le avisó que tendría fiebre, que el cuerpo necesitaba trabajar para curarse, pero Enneco era un hombre fuerte y la flecha no había dañado ninguna parte importante.
Faltaban pocas horas para el amanecer, y seguro que enseguida se darían cuenta de su ausencia y comenzarían la busqueda...

2 comentarios:

David dijo...

Ahí ahí, buena esquivada de la movida !!!!!!
Ahora monto un zipitoste cn lo otro y a ver como acabamos!1

Unknown dijo...

a ello! mientras dejes tranquilos a los dos en la cabaña... y sino caerán gallos!