viernes, 28 de agosto de 2009

Enecco en casa de Jimena

No lo podía dejar allí. Si no lo llevaba a algún sitio a darle los cuidados necesarios, moriría sin remedio. Lo llevaría a casa...
Jimena oyó un golpe sordo en la calle. Algo así como un fardo que alguien deja caer debido a su peso. Al instante, la gruesa puerta de madera de la entrada chirrío al abrirse. Salió de la cuadra donde estaba dando de comer los restos del puchero a las gallinas y se encontró con la mirada asustada de su padre. Bernat, sudoroso, le hizo una seña para que saliera a ayudarle. Intrigada, dejó todo en el suelo y le siguió sin más demora. Una vez en la calle, vió a su padre soltar los nudos que había realizado alrededor de un hombre al que había acercado en unas parihuelas.
Algo en la persona que estaba incosciente le llamó de repente la atención y el color desapareció de su cara. El corazón le dió un vuelco. Ese pelo moreno, esas manos, esos brazos, eran de Enneco. Ese cuerpo que hace unas horas había recorrido y acariciado yacía inerte en el suelo. La respiración era debil. Un fuerte olor a descomposición iba cubriendolo todo.
Respiró hondo, se quitó de la mente los recuerdos de los momentos pasados unas horas antes y dejó de preguntarse que le habría pasado desde el momento en el que lo dejó en la cabaña del río. Ayudó a Bernat a entrar al salacenco en casa y a tumbarlo en el jergón de la antigua habitación de la abuela, muerta unos años atrás.
- Está muy enfermo. La herida está infectada y tiene mucha calentura. Además está muy débil después de tantos días sin apenas alimentarse - El diagnostico de June no dejaba mucho lugar a las esperanzas. Jimena la había hecho venir en cuanto la vió llegar, nada más amanecer, por el camino del río. A la mujer no le extrañó que la hechicera estuviese levantada tan pronto, las personas que se comunican con los dioses tienen sus motivos. Tampoco le extraño las ojeras que delataban una noche sin dormir, ni el olor al agua del río. Realmente, ni se fijó. Toda su atención estaba puesta en el salacenco y no había podido conciliar el sueño en toda la noche.
-¿no puedes hacer nada? - Preguntó el bueno de Bernat, preocupado por ver en ese estado a un hombre que había tomado partido por la gente de garaño, sin esperar nada a cambio.
June negó con la cabeza. - Creo que iré preparando los brebajes para el rito de despedida. Iré a avisar a Uztai, para que preparen un círculo de piedras en el alto de mortxe.
Salió de la casa después de dar un abrazo a Jimena, cuyos ojos llenos de lagrimas delataban un profundo dolor. Deseó tener el poder que los antiguos relatos que se contaban al calor de la hoguera, atribuían a unos seres que habitaban los bosques y que permitían curar con solo tocar las heridas con las manos. Pero ahora sólo podía consolar a su amiga...

No hay comentarios: